Una de las peores cosas
que le pueden suceder a un hombre es la de ver destruidas sus expectativas. En
el caso de Andréi Platonov se podría decir que se vio motivado por su sentido
práctico a colaborar con la construcción del socialismo. Como electrotécnico
aplicó sus conocimientos para abastecer de electricidad y agua a pequeñas
poblaciones en donde fue asignado para controlar la urbanización. Había
participado en el ejército rojo y había soñado con la construcción de un nuevo
sistema político y social en el que los campesinos y gente, que siempre había
sido oprimida por los terratenientes, se emancipaba y cogía con sus propias
manos el rumbo de su destino. Por desgracia, en su trabajo cotidiano en aras de
una sociedad superior y justa vio un cambio ideológico impactante en el que los
individuos tuvieron que cambiar su fe cristiana por la materialista dialéctica.
Se empleó con toda su
energía y capacidad, plantó los cimientos en Varonezh y Tambov de la nueva era soviética
y ocupó el puesto de funcionario en Varonesh y Moscú, recibió la orden del
trabajo otorgada por la Unión Soviética en 1920 y 1922. Conjuntó su pesado trabajo
con la literatura. El destino lo puso en una encrucijada y se vio frente a la
elección compleja de emancipar su espíritu artístico o someterse a las
condiciones de los órganos del poder. No pudo negar su esencia filantrópica, su
amor por el arte y a la literatura fueron más fuertes que el exilio de su hijo
y el contagio de tuberculosis. Sacrificó todo lo que tenía. En un sistema
encabezado por caudillos celosos del culto a su personalidad y el buen curso de
su liderazgo, Platonov, deja a su espíritu artístico decir la verdad de una
forma rudimentaria nunca vista antes. La belleza de la forma, las metáforas y
el simbolismo acompañan sus palabras irónicas resplandecientes de hermosura. Eso
provoca un choque con los representantes del gobierno soviético y la admiración
de escritores como Brodsky o Hemingway entre otros.
Platonov se sobrepuso al exilio de su hijo, Shólojov intercedió para su
liberación, pero el crío volvió muy enfermo y falleció pronto. Aun así, Andréi
sigue el rumbo que le marcan las circunstancias. Es bedel en La Unión de
escritores, donde los miembros del sistema publican para ensalzar los
beneficios del socialismo ocultando los defectos del sistema, mientras el
maestro del existencialismo, del ingenio y de la espiritualidad sirve el té,
reparte los folletos propagandísticos y
hace de portero rogándole al gran Caudillo que lo reconozca como
escritor, pero sus ideas lo condenan, lo sumen en un agujero resbaloso en el
que la sombra apaga su luz exterior convirtiéndolo en uno de sus personajes. No
pudo llegar a la era del cambio y las reformas de Nikita Jhruschov, pues murió
en 1951, dos años antes que Stalin. Tal vez si la tuberculosis importada de
Siberia no hubiera sido la causa de su muerte, habría podido relucir un poco en
el momento de la confesión y los arrepentimientos.
Sus anti-utopías o distopías, que fueron para el sistema soviético como
piedras en el zapato, no se publicaron hasta el año 1987. Platonov fue un gran
entusiasta de la colectivización forzada porque creía en el progreso y el desarrollo,
presenció la tragedia humana de principios del siglo XX. Primero su lucha en el
ejército rojo, luego su trabajo como ingeniero electrotécnico, después como
corresponsal en la Segunda Guerra Mundial y, a pesar de sus grandes esfuerzos y
aportaciones, nunca fue reconocido. Se encontró toda su vida preguntándose por la
contraposición entre la vida cotidiana de los campesinos y provincianos con los
planes semestrales impuestos por el Partido. La tragedia espiritual y social de
aquellos que cambiaron su fe religiosa por la construcción de una nueva
sociedad, la cual no les proporcionaba los recursos necesarios para alcanzar el
objetivo deseado, es el tema de sus libros. Se estrelló contra un muro que no
pudo derribar.
Chevengur es un libro
conmovedor. Las personas que están acostumbradas a disfrutar la lectura
saboreando con los oídos y la imaginación, cegando el razonamiento por el
encanto y dulzura poética del autor, pueden encontrar en este libro lo que
desean, sin embargo, sería necesario negarse a pensar, a descubrir el mensaje
de esas hermosas frases. Platonov es irónico en extremo, pero su sofisticada
técnica hace que el ritmo arrullador de la lectura borre las cosas horribles
que está narrando. El lector tiene la sensación de estar leyendo una prosa
poética digna de Dante. Nos deja imágenes muy logradas, personajes tan
fantásticos como los de Gógol o Márquez, pero el simbolismo y las metáforas a
las que nos va acostumbrando el autor nos sirven de pala para entrar en ese
agujero escabroso, gris y húmedo al que debemos sumergirnos. El contenido es
horrible, pero la forma brilla como un diamante y esa luz reflejada en las
aristas nos deslumbra con personajes que expresan de forma celestial verdades
crudas y conmovedoras. Ayudado con el recurso de los sueños ayuda a sus héroes
a bajar por la espiral del infierno dantiana en la que los caballos son
escritores y el mismo dios se comunica de forma resignada con los seres que
habitan ese lugar tan extraño como el título del libro.